15/01/2014
Carmen Murillo
Por lo que leo y oigo en la prensa y la realidad cada vez más dura que veo a mi alrededor, en el partido de este actual Gobierno existe una descompensación bastante marcada entre el interés que muestran por la vida prenatal y por la de después del nacimiento de cualquier español. Sólo hay que estar atentos a sus nuevas leyes para ver que mientras en la etapa prenatal todo son medidas dirigidas a preservar y defender la vida ante todo, a partir del nacimiento parece ser que pierden todo interés por la persona pues todos estos cuidados se convierten en medidas coercitivas y de recorte que ponen en riesgo y en crisis el pleno y digno desarrollo. Pareciese que lo que pretenden es generar una colonia de esclavos.
Son signo de contradicción sus actos y ellos mismos, y por ello no podemos seguir permitiendo que esos cuerpos sin cabezas nos sigan gobernando. Es más, tenemos la obligación de no seguir permitiendo la concepción de una política jerárquica y basada en la desigualdad, da igual cual sea su apellido y tendencia. No es fácil conseguir esto de una manera equilibrada y pacífica, ante nosotros se presenta el reto de modelar un horizonte hacia el que valga la pena movilizarse. Pero no es justo permanecer en el estado actual a costa del miedo al cambio. Continúan brotando frutos que nos hacen sentir que nuestra primavera ya está llegando, esa que comenzó a anunciarse con las manifestaciones de Juventud sin Futuro, 15M y Democracia Real Ya.
Este nuevo fruto se llama Marchas por la Dignidad. A día de hoy están ya confirmados: más de veinticinco colectivos sociales emprenderán a pie desde las distintas regiones del país una marcha con el objetivo de confluir el día 22 de marzo en Madrid. Los motivos que mueven a esta iniciativa son la reivindicación por el empleo y unos servicios públicos dignos.
Es una iniciativa a la que estamos todos convocados, este acto, no es cuestión de partidismos, es cuestión de derechos humanos y, por tanto, es cuestión de ciudadanía. Así que enfundémonos nuestro ser social raso, al igual que los encapuchados del EZLN se taparon el rostro y renunciaron a su identidad pública para ser visibilizados como colectivo. Como los Campamentos Dignidad que, contagiados por la convicción de quienes lo emprendieron en Mérida, ya van extendiéndose por distintas ciudades y que representan, como expresa Manuel Cabaña, el "sí se puede" de los parados, de quienes van perdiendo acceso a una vida digna.
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