Este artículo señala uno de los mayores problemas que tienen las izquierdas en España por su resistencia a desarrollar una cultura contestataria que trascienda sus intereses partidistas, para crear otra más plural que permita el establecimiento de movimientos político-sociales que transformen la sociedad.
Uno de los mayores problemas que tiene España es la excesiva atomización de las izquierdas, divididas en distintos partidos y movimientos sociales, muy celosos de su autonomía y reacios a establecer plataformas conjuntas orientadas a crear una cultura contestataria y un movimiento político-social que cuestione y transforme el sistema político-económico hacia un país más democrático, más justo y más solidario.
No soy muy partidario de referirme a experiencias personales, pero creo que aquello a lo que me voy a referir explica claramente el problema que estoy describiendo. Hace años, cuando cumplí 70 años, un muy buen amigo nos invitó a mi esposa y a mí a ir a cenar el día de mi cumpleaños al Ateneo Barcelonés. Creía que sería una cena íntima, de poquísimas personas, y así se nos había anunciado. Pero cuál sería mi sorpresa, cuando llegamos al Ateneo y mi amigo nos desvió y, en lugar de ir al restaurante, nos llevó al salón mayor y, al abrir la puerta me encontré con una enorme sorpresa. La sala estaba llenísima de amigos de muchos años, algunos de los cuales no había visto desde los años cincuenta. Y había desde amigos ocupando puestos de representatividad institucional, como el que había sido President de la Generalitat, Pasqual Maragall (a quien había conocido en los años sesenta) y su esposa, a compañeros de la lucha antifascista en los años cincuenta. Allí habían socialistas, comunistas reciclados como verdes, comunistas no reciclados, nacionalistas de izquierda, independentistas de izquierda, anarcosindicalistas, cristianodemócratas de izquierda (que los había entonces) y un largo etcétera.
Uno de los momentos más interesantes fue cuando cada uno de los presentes comenzó a explicar cómo me había conocido. Comenzaron los de los difíciles años cincuenta y sesenta, muchos de ellos miembros de lo que se llamaba el SUT (Servicio Universitario del Trabajo), que resultó de la infiltración de la resistencia antifascista en el sindicato vertical universitario, el infame SEU, y que fue prohibido más tarde porque fue una de las asociaciones que concienció y radicalizó a muchos estudiantes, presentes en la reunión. Había incluso enfermeras que me habían ayudado en los años sesenta cuando establecimos el único Centro de Salud que había en el Somorrostro, el barrio más pobre de Barcelona, donde vivían los inmigrantes de otras partes de España (que las derechas llamaban “los charnegos”). Y así todos fueron explicando lo que habían hecho y en qué habían participado en los años cincuenta, sesenta y, más tarde, setenta. Lo que fue muy valioso fue que en aquella explicación de lo que había hecho cada uno, se estaba, en realidad, narrando parte de la historia de las mayores fuerzas políticas de todas las sensibilidades y movimientos sociales que habían existido en la clandestinidad. ¡Qué lástima que no se grabara! Era una pequeña pieza de una historia poco conocida y muy olvidada.
Más tarde, como resultado de la comida y también de la bebida, apareció la faceta más emotiva. La cultura catalana es excesivamente austera en su emotividad y parece que solo a través del canto se permiten expresar ciertas emociones. Y fue claramente emotivo cuando todos, independientemente de su sensibilidad política o de la generación en la cual participó, cantamos conjuntamente canciones de la resistencia, incluidas las que se conocieron en la mal llamada Guerra Civil, que en realidad fue un golpe militar, ayudado por Hitler y Mussolini, contra un gobierno democráticamente elegido y muy popular.
Pero el momento álgido de la noche fue cuando una persona, con voz alta, dijo lo siguiente: “Compañeros y compañeras, ¿os dais cuenta de que es la primera vez que personas de las distintas izquierdas cantamos juntos en una fiesta?”. E irónicamente añadió “tendríamos que celebrar cada año el cumpleaños de Vicenç, utilizándolo para que nos veamos y lo hagamos”.
Y llegó el momento en que me cedieron la palabra. Y allí, con el control de la emotividad, que no era fácil de mantener en aquella ocasión, sí que recuerdo que, con cierta contundencia, indiqué que no podía ser que las izquierdas celebraran sus fiestas cada una de ellas por separado, sin celebrarlo conjuntamente. Y que era criticable que ello ocurriera tan raramente. Las izquierdas tenían que transcender sus propias fronteras para crear una cultura más allá de cada partido, de cada sindicato y de cada movimiento social. En realidad, lo que las unía era mucho más de lo que las separaba y la evidencia de ello continúa siendo abrumadora. Excepto en espacios como la Universitat Progressista d’Estiu de Catalunya (Universidad Progresista de Verano de Catalunya) (ver el programa de este año en mi blog www.vnavarro.org), todavía hoy es raro que las izquierdas se encuentren, dialoguen y discutan. Y todavía más que se creen coaliciones estables. El movimiento progresista está atomizado y ahí está el problema tanto en Catalunya como en el resto de España. De ahí que enfatizara que la falta de camaradería y la limitada solidaridad que existe entre las izquierdas es un grave problema en nuestro país. Y así lo dije en la reunión al final de la fiesta. Mi esposa, que es la personificación del sentido común, me dijo más tarde que puede que no fuera el momento más adecuado para decirlo. Y llevaba razón.
Pero lo repito ahora pues poco ha cambiado. Con contadísimas excepciones hay escasísimos espacios de hermandad y colegialidad entre las izquierdas. Como bien dijo Manuel Vázquez Montalbán, amigo de los sesenta, “contra España vivíamos mejor”. Había más camaradería entonces que ahora. Naturalmente que mucho ha cambiado. Pero no la resistencia que todavía existe entre las izquierdas a anteponer la colegialidad de las izquierdas al partidismo (no libre en ocasiones de sectarismo) dominante en nuestro país.
La necesidad de un cambio radical
Pero la situación actual requiere y exige un cambio radical. Hoy estamos viendo lo que mi amigo Noam Chomsky ha definido –en su introducción del libro Hay alternativas. Propuestas para crear empleo y bienestar social en España- como una “guerra de clases unilateral”, de una minoría frente a las clases populares, que son la mayoría de la población. El gobierno más reaccionario que España ha tenido desde que terminó la Dictadura está desmontando el Estado del Bienestar y está eliminando la protección social. Y está intentando debilitar a los sindicatos y forzando enormes reducciones de los salarios y, ahora, de las pensiones. Nunca antes en el periodo democrático habíamos visto unas políticas públicas tan regresivas y tan hostiles a la clase trabajadora de España como ahora. Y la respuesta de las izquierdas ha sido extremadamente moderada. Solo los movimientos sociales y, muy en particular, el 15-M y sus sucesores, han respondido con una radicalidad necesaria, sin excluir la desobediencia civil. Creo evidente que es necesario un movimiento político-social (que no quiere decir un nuevo partido político) que movilice a la ciudadanía en contra del establishment financiero –gran patronal- y político, a fin de recuperar los escasos derechos democráticos, civiles, laborales y sociales que las clases populares habían adquirido y que ahora se les está robando (y no hay otra manera de decirlo). Este movimiento ya está radicalizando a los partidos políticos de la izquierda, a los sindicatos y a los movimientos sociales, a fin de conseguir la segunda transición hacia una democracia completa con un bienestar social hoy todavía muy limitado.
Una última observación dirigida a las personas de izquierda que se quejan de los partidos de izquierda y de los sindicatos, sin que ellos mismos hagan algo. Independientemente del mérito y demérito de las críticas, el hecho es que la pasividad de gran parte de las personas e instituciones de izquierda es sorprendente. ¿Qué hace, usted, lector, frente a esta guerra de clases unilateral? ¿Cuántas veces ha llamado, por ejemplo, a la televisión, a la radio o a la prensa, para mostrar su protesta frente a la desinformación que se difunde? ¿O ha protestado frente a un político, o un banquero, o un director de un rotativo o un canal televisivo, que está contribuyendo a promover políticas y actuaciones que dañan a la población? ¿Cuántas veces ha escrito a diarios o a canales de televisión protestando por su sesgo conservador o neoliberal? ¿Cuántas veces…?
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