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16 de mayo
Alemania se presenta a sí misma y al resto de Europa como un país sin crisis pero en los últimos años los niveles de desigualdad se han disparado.
Rafael Poch de Feliu. Corresponsal en Alemania de 'La Vanguardia'. Acaba de publicar 'La quinta Alemania' con Carmela Negrete y Ángel Ferrero.
¿Krisis? Alemania en el centro de la turbulencia económica
La obsesión interesada de Merkel y Sarkozy con el déficit
aplicable a otros países, sino que ha sido posible a costa del deterioro
de la salud de los socios
La Alemania que se presenta como modelo contiene una involución socio-laboral sin precedentes desde la posguerra, con generalización de la precariedad, una caída de dos años de la esperanza de vida para los más pobres registrada en la última década y una de las tasas de natalidad más bajas del mundo. La mayoría de los alemanes se ha visto perjudicada por ese cambio que sólo la corrupción estructural de los medios de comunicación logra hacer pasar por “modelo”.
Esa involución forma parte de un proceso mundial que se inició a finales de los años ‘60 en EE UU y se aplicó luego con Thatcher en el Reino Unido, saltando más tarde a Europa con gobiernos conservadores o socialdemócratas. El shock de la actual crisis está siendo utilizado para dar un impulso definitivo a esta gran desigualdad, social y entre países, que caracteriza al sistema cuyos excesos e ideología generaron la crisis.
El relativo ‘éxito’ alemán en la crisis se mide en unos indicadores de paro y de recesión menores que en la mayoría de los países de Europa, y se sostiene exclusivamente en las exportaciones. Alemania genera la mitad de su PIB exportando, gracias al euro combinado con una estrategia de salarios bajos que perjudica a los socios europeos. No hay en Europa una economía más expuesta a los efectos de un enfriamiento de la coyuntura global que la alemana. El modelo alemán de relativa buena salud en la crisis no es que no sea aplicable a otros países, sino que ha sido posible a costa del deterioro de la salud de los socios.
El extraordinario superávit comercial que Alemania logró en los últimos años fue colocado en los más aventureros e inmorales negocios financieros de países como EE UU, Irlanda o España. Sólo entre 2005 y 2008, la banca alemana concedió a instituciones españolas créditos e inversiones por valor de 320.000 millones, gran parte para alimentar la criminal burbuja inmobiliaria postfranquista. Los rescates de países son rescates de deudas de bancos internacionales. El 90% del dinero entregado ‘a Grecia’ ha sido destinado a bancos, sobre todo extranjeros.
La oposición a las veleidades dominantes de Alemania –condenadas al
fracaso– no es un asunto de lucha entre naciones, sino un aspecto del
largo combate social europeo entre reacción y progresoAlemania es hoy el principal exportador de la involución sociolaboral al resto de la eurozona en nombre de la austeridad, que genera más paro y más deuda. Es una política diseñada para que el sector financiero cobre íntegramente sus malos negocios a costa de las clases medias y bajas europeas. Aunque los recortes son los mismos, los cuerpos sobre los que se aplican –el tamaño de los Estados sociales y sus niveles de cobertura– son mucho más vulnerables y los ritmos temporales mucho más acelerados.
Al dictado de los bancos
Esta política se impone con métodos opacos y autoritarios que mantienen en secreto la identidad de los bancos e instituciones endeudadas y que arrasan con toda veleidad de soberanía.
El resultado de esta política es necesariamente desintegrador para el proyecto europeo, cuya única bondad histórica –ser alternativa a la crónica guerra entre naciones europeas de los últimos siglos– se está transformando en una alianza de pequeñas naciones imperiales para poder seguir siendo imperialistas y militaristas en la lucha por los recursos globales del siglo XXI.
Esta política es doblemente desintegradora. Para Europa, porque las naciones y los pueblos de Europa no quieren formar parte de un club sobre tales premisas. Para el mundo, porque los retos del siglo XXI –la crisis de la civilización crematística– son inabarcables con la vieja metodología imperialista. La oposición a las veleidades dominantes de Alemania –condenadas al fracaso– no es un asunto de lucha entre naciones, sino un aspecto del largo combate social europeo entre reacción y progreso que interesa a todas las ciudadanías, incluida, por supuesto, la ciudadanía alemana. La historia social europea se ha escrito siempre así.
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